Concepto

El término cómic designa, según el Diccionario de la Real Academia Española, una «serie o secuencia de viñetas con desarrollo narrativo». Sin embargo, su concepto no resulta tan sencillo como podríamos deducir de esta definición, pues su objeto de estudio ha suscitado una gran controversia teórica, sobre todo, a partir de la década de los sesenta del siglo pasado. No obstante, hasta entonces el cómic no había recibido ningún tipo de atención por parte de la crítica. Por este motivo, Altarriba (2011) califica como «caso único» su «orfandad conceptual» y atribuye su exclusión de gran parte de las disciplinas a varias cuestiones: al tono satírico y caricaturesco protagonista de las producciones decimonónicas; al sesgo infantil y al privilegio del discurso moralizador característicos del siglo XX y, en los años comprendidos entre
1930-1960, a la gran popularidad que muchas veces venía ligada a la vulgaridad. Paradójico cuando menos, ya que, como afirma Gubern, la historieta constituye «uno de los medios de expresión más característicos de la cultura contemporánea y cuyo nacimiento aparece muy próximo al de otros mass media fundamentales de la socie- dad actual» (1974: 15), y participa de áreas como la literatura, el cine, el periodismo, el dibujo, el arte, la pintura e, incluso, el teatro y el diseño. No obstante, la mayoría de investigadores coinciden en apuntar la década de los sesenta del pasado siglo como inicio de un intenso interés por la historieta, reflejado entre otros aspectos en la proliferación de estudios, contribuciones y actividades dirigidas a la reivindicación, recuperación y organización de este inmenso patrimonio.

Estamos acostumbrados a que las imágenes nos transmitan diversos mensajes visuales con diferentes intenciones. Estas forman parte del campo de la comunicación visual y en ocasiones se acompañan de texto. Este fenómeno se funde con la necesidad del ser humano de narrar hechos, el cual siempre ha buscado múltiples modos de expresión gráfica para hacerlo.

Echando la vista atrás, nos damos cuenta de cómo, a lo largo de la historia, han surgido diversos sistemas en los que la escritura y la imagen se combinaban o incluso se unían en un único elemento, buscando este sentido de narrar o transmitir acontecimientos. El caso más claro lo encontramos en el Antiguo Egipto, donde en el año 3300 a. C. la aparición de los jeroglíficos coincide con el nacimiento de la escritura. Este no es el único ejemplo que ha existido hasta nuestros días, donde la idea de transmitir información a través de la imagen ha evolucionado en distintas disciplinas. Precisamente, dos de estas disciplinas son la ilustración y el cómic.

La ilustración tuvo sus orígenes en la publicidad por su fuerte carácter narrativo. Se podría definir como dibujo icónico-gráfico enfocado a la difusión masiva de copias sobre un soporte plano y estático. A pesar de esta definición alejada del carácter artesano de una obra de arte, la ilustración es una disciplina repleta de fantasía donde puede desarrollarse un arte de diversos estilos, con un amplio espectro de modalidades y técnicas.El cómic es un relato secuencial expresado con imágenes y texto. A pesar de ser un soporte estático, uno de los rasgos más importantes es su carácter narrativo. Sigue una línea temporal que marca un antes y un después de la viñeta que se lee. Este carácter narrativo va asociado a la acción de los personajes y, por tanto, a la necesidad de representarlos en constante sensación de movimiento.

Análisis

A simple vista, ambas disciplinas reflejan un gran parentesco, por lo que, más que hablar de semejanzas, sería mejor subrayar las diferencias entre cómic e ilustración. Las semejanzas se encuentran a un nivel tan básico, que no siempre es fácil distinguir una viñeta de una ilustración. Cuando el cómic es presentado por entero, no hay ningún problema para realizar esta distinción. Pero si confrontamos sus elementos, las distintas imágenes, ¿dónde están entonces las diferencias? Podemos partir de la siguiente consideración: la imagen del cómic es una imagen de acción, mientras que la imagen ilustrativa, aunque pueda ser de acción, no tiene ninguna necesidad de serlo; es más, en general, las ilustraciones son más descriptivas. La ilustración comenta el relato haciéndonos ver aquello que en relato verbal no está escrito, inte- grándolo, enriqueciéndolo; por otro lado, la viñeta del cómic es el relato.

Estas diferencias de orden comunicativo se aprecian en diferentes aspectos. Uno de estos aspectos es el encuadre, ya que la ilustración muestra siempre unas vistas más completas, ricas e informativas, mientras que el cómic muestra los elementos exclusivos del momento. Junto al encuadre está la exactitud de los detalles, los cuales son más cuidados en la ilustración, porque no podemos olvidar que en una imagen se comunica todo, mientras que en el cómic cada viñeta se apoya en las demás para mostrarnos los detalles.

Por todo esto coincidimos con Daniele Barbieri en su libro Los lenguajes del cómic cuando habla de que la imagen del cómic se caracteriza por su concisión para su lec- tura rápida, mientras que la ilustración tiende a ser una imagen de lectura recreativa, de ahí su abundancia de signos y remisiones estilísticas. El mismo autor habla de que, durante mucho tiempo, la imagen del cómic ha sido muy similar a la de la ilustración. Un ejemplo de ello son las láminas de Little Nemo de Winsor McCay, realizadas entre1905 y 1911. Sería ya en 1930 cuando la distancia estética de ambas disciplinas fuera aumentando. En la eclosión del estudio de la historieta, podemos hablar del nacimiento de una comunidad crítica, cuyo prestigio viene determinado por títulos tan emblemáticos como Comics and Sequential Art (1985) y Graphic Storytelling (1996) de WillEisner, The Art of the Funnies de R. C. Harvey’s (1994) o The Art of the Comic Book (1996) y Understanding Comics (1993) de Scott McCloud. En las recientes aproximaciones teóricas convergen diferentes disciplinas, por lo que nos encontramos con trabajos enmarcados en los estudios literarios y, sobre todo, la educación literaria, la teoría literaria, la literatura comparada, la narratología, la historia del arte, el cine, el perio- dismo, la pintura, la publicidad, la semiótica, los cultural studies y, en general, todos los medios que asumen la conjunción palabra e imagen como centro de interés. Con independencia del área de conocimiento, los especialistas siguen interrogándose sobre la definición de la historieta, sus rasgos constitutivos, sus variantes, su origen, su historia más reciente o incluso, la terminología más adecuada. Sin embargo, las investigaciones todavía distan considerablemente de generar un consenso y podemos hablar sin temor de un intenso debate lleno de discrepancias en torno a cuestiones como los orígenes, el estatus –¿género, subgénero, medio, ente autónomo…?– y, ligado a este, el ámbito de estudio o el binomio cómic-novela gráfica, al que en ocasiones se le suma la historieta. La ausencia de consenso alude en esencia a la complejidad del objeto de estudio.

La ya clásica obra de Eisner (1985) enciende la llama de la controversia terminológica a través de la declaración de intenciones en torno al objetivo de su libro, palabras tomadas con frecuencia como referencia del nacimiento de la novela gráfica: «El objetivo de esta obra es considerar y examinar la estética propia del arte secuencial como medio creativo de expresión, materia de estudio en sí mismo y forma artística y literaria que trata de la disposición de los dibujos o las imágenes y palabras para contar una historia o escenificar una idea. Se estudian aquí en el marco de su aplicación los comic books o las tiras de prensa, que se sirven del arte secuencial en todo el mundo. Esta antigua variedad de arte o medio de expresión se ha abierto camino en los populares álbumes y tiras cómicas, que han alcanzado una posición indiscutible en la cultura popular de este siglo». Defensores y detractores esgrimen con intensidad sus argumentos a favor y en contra de la existencia de este producto denominado «novela gráfica» diferenciado del cómic, hasta el punto de haberse constituido en un tema casi de obligado posicionamiento entre los aficionados y expertos. En este sentido se pronuncia recientemente Barreda (2008) cuando atribuye los problemas de comprensión del significado y alcance del término a una «equívoca contextua- lización y una errada interpretación» y explica la herencia de «novela gráfica» como traducción del término graphic novel, para referirse a un tebeo que contiene una obra de historieta monográfica con sello de autor (singular o colectivo).

En la línea de la narratología, desde las relevantes indicaciones de Chatman (1978), diferentes investigadores han reivindicado la remisión a la teoría de la narrativa literaria sobre todo, pero también cinematográfica e iconográfica, ante la coincidencia de parámetros entre estos ámbitos. Así, por ejemplo, se pronuncia Muro (2004), especialista que defiende la proximidad del cine, el cómic y la literatura hasta el nivel del discurso, puesto que los tres comparten los mismos presupuestos narrativos y cons- tituyen narrativas de ficción. Desde esta óptica, la problemática en la definición del cómic desaparece, puesto que el cómic constituiría un medio de expresión a través del que contar historias, así se puede narrar, por ejemplo, la historia de Blancanieves en un libro ilustrado, en una película, en un cuento oral o en un cómic.

Por su parte, Eco asume el cómic como producto fabricado por la industria de la cultura de masas y lo define como «un producto industrial, ordenado desde arriba, y funciona según la mecánica de la persuasión oculta, presuponiendo en el receptor una postura de evasión que estimula de inmediato las veleidades paternalistas de los organizadores. […] así los cómics, en su mayoría, reflejan la implícita pedagogía de un sistema y funcionan como refuerzo de los mitos y valores vigentes» (1968: 299).

En nuestros días, diferentes especialistas han reivindicado su concepción como una forma de expresión específica; así por ejemplo, Altarriba (2011) habla de «un medio de comunicación perfectamente diferenciado, como el cine, la pintura o la literatura», en el que todas las historietas se cuentan de acuerdo con las premisas de «un código, una gramática pictográfica, una retórica escripto-icónica, un combinado léxico-gráfico que las dota de originalidad al tiempo que las hace legibles». Si bien comprende la existencia de diferentes géneros, subgéneros, registros, tonos y estilos en su seno, también puntualiza que el «sistema historieta se halla lejos de ser repertoriado», como tampoco «conceptualmente consensuado», y apunta como primeras causas la complejidad de la conjunción palabra e imagen.

 

Implicaciones

De la exclusión de la historieta del circuito cultural hegemónico, su exilio a establecimientos especializados e incluso la marginación del lector de cómics por la preeminencia de su carácter lúdico o intranscendente, asistimos en nuestros días a la incorporación de una interesante oferta de títulos a la venta en grandes superficies y librerías generalistas, su inclusión en secciones culturales o de crítica de libros de diferentes medios de comunicación, así como su consideración específica en los diferentes Barómetros de hábitos de lectura realizados en nuestro país –pese a los problemas de cuantificación explicados por Pons (2011)– y, por consiguiente, la percepción positiva del aficionado al cómic como un lector especializado y del medio en general.

Diferentes profesionales definen la actual coyuntura sociohistórica como positiva para el género; como muestra, las palabras del editor de Astiberri, Javier Zalbide- goitia, en el monográfico de CLIJ (2011), cuando habla del «momento relativamente interesante que está viviendo el mundo del cómic», o Catalina Mejía (2011), directora de la editorial Sins Entido, al constatar diferentes cambios en el panorama editorial español de los últimos cinco años: «significativamente enfocados hacia la consolidación del cómic como género literario».

En el ámbito educativo, la comunidad académica coincide en señalar las extraordinarias posibilidades del medio. Sin embargo, el cómic todavía no forma parte de los cánones de lectura de las aulas de los distintos niveles escolares de nuestro país y, en las ocasiones en las que se incluye, suele restringirse a dinámicas concretas ligadas a actividades lúdicas sin integración real en el currículo educativo.

No obstante, el cómic constituye en nuestros días un poderoso instrumento para la adquisición y desarrollo de la competencia lectora y literaria, así como para la formación del hábito lector, todavía no explotado en su totalidad (Ibarra, 2011a). Gracias al interés que despierta entre el alumnado de diferentes edades, procedencias, culturas e ideologías, representa un medio extraordinario para la erradicación de estereotipos discriminatorios de cualquier índole y para el desarrollo de las diferentes competencias básicas, sobre todo, la intercultural y social y ciudadana desde la lectura activa, crítica y comprometida (Ibarra y Ballester, 2009 y 2011 b).

El ya nombrado autor Daniele Barbieri comenta que «los lenguajes no son solamente instrumentos con los cuales comunicamos lo que pretendemos: son también y sobre todo ambientes en los que vivimos (…)». Scott McCould, en su libro Cómo se hace un cómic, describe los cómics como un «barco que puede contener cualquier cantidad de ideas e imágenes». Will Eisner, en el suyo La narración gráfica, afirma que «el proceso de lectura en el cómic es una extensión del texto. La lectura de un libro supone un proceso de lectura que convierte la palabra en imagen. Eso se acelera en el cómic, que ya proporciona la imagen. Cuando ese proceso se realiza como ha de ser, va más allá de la conversión y la velocidad y se convierte en un todo perfecto». Por todo ello podemos reconocer el uso de ilustraciones y del cómic en el aula en diversas posibilidades:


• En primer lugar, como una herramienta didáctica por parte del docente, con la cual transmitir cualquier tipo de contenido o valor. Tanto el cómic como la ilustración son dos disciplinas comunes en la vida del alumnado de todas las etapas educativas, lo que los convierte en un medio para la adquisición de nuevos conocimientos y aumentar el interés y la motivación del alumnado de explorar y descubrir, fomentando el aprender a aprender.
• En lo que se refiere a la expresión gráfica, el cómic y la ilustración se encuentran presentes desde el garabateo del niño en su etapa infantil. Este inicio se va desarrollando hasta la adolescencia, donde la necesidad de expresarse de la persona en esta etapa adquiere un importante nivel. Una vez más, hablamos de un medio, pero esta vez para desarrollar aspectos como la comunicación.
• Estas disciplinas, como muchas otras, se han adaptado a las nuevas tecnologías (TIC), por lo que su difusión y reproducción se han aumentado considerablemente, pasando del formato papel al formato digital para tabletas y libros electrónicos. Estos nuevos formatos digitales han cambiado la función del lector: los nuevos recursos plantean la posibilidad de que este pueda interactuar con las imágenes y la historia. Además de influir en su expansión, las TIC también han marcado un antes y un después dentro de las técnicas artísticas de creación, ya que son muchos los programas informáticos que existen para la elaboración directa de nuestra obra olvidándonos del lápiz y la goma. Además, gracias al avance de las tecnologías, estos programas son cada vez más sencillos, lo que permite un mejor empleo en el aula, tanto para el docente como para el alumnado.

Referencias

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Fecha de ultima modificación: 2014-04-08